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jueves, 9 de enero de 2014

Ayudar a la gente en la calle, el fenómeno de esta Navidad

En la Nochebuena, 486 voluntarios recorrieron la Ciudad para llevarles comida y también juguetes a los chicos. Otro grupo organizó almuerzos ayer y en San Cayetano cenaron unas 600 personas.


Voluntarios. Desde Bartolomé Mitre y Riobamba partieron con cajas a recorrer la Ciudad. La organización pidió no fotografiar a la gente en situación de calle.

“El mundo es eso. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”. Eso que Galeano reflejó en “El libro de los abrazos” realmente existe.

No es la temperatura. No son los 31 grados a las 21.20 en la esquina de Bartolomé Mitre y Riobamba. Es el calor humano, las expectativas, la ansiedad, las ganas de ayudar, la alegría. Es el amor. Si no, no se entiende por qué 486 voluntarios eligen festejar una Navidad diferente.

Lejos de la mesa familiar y bien cerca de quienes viven en la calle, de quienes menos tienen.

“Gracias por elegir una forma diferente de vivir. Por dejar de mirar el propio ombligo y permitirse mirar hacia otro lado en esta fecha tan especial”. Quien habla –megáfono en mano– es Manuel Lozano, creador de la Fundación Sí y motor principal de esta recorrida que se repite cada día del año y que va por su tercera Navidad.

Durante la siguiente hora y media, el portavoz conformará los 40 grupos que recorrerán la Capital. Algunos irán a pie a las zonas más cercanas, otros –que estén en auto– acudirán a los barrios más alejados, y otros tantos pasarán por los paradores que albergan a gente en situación de calle. Entre todos llevarán las 7.880 empanadas cocinadas por los voluntarios, bebidas, budines, 5.000 juguetes y los otros productos aportados por empresas y donados por la gente.

Los voluntarios están lejos de responder a un parámetro determinado. Hay desde adolescentes hasta adultos mayores, extranjeros y familias. En el durante, pasan autos que enterados de la iniciativa tocan bocina y saludan, colectivos con gente que mira sin entender y hasta algún patrullero que se detiene a preguntar si está todo bien.

Bajo la coordinación de Pato y Cintia, la Zona 7 –Callao, Córdoba, Pueyrredón y Santa Fe– está integrada por Analía, Jorge, Joaquín y el grupo familiar compuesto por papá Luis, mamá Silvia y sus hijos Santiago y María Florencia. A su vez, otra familia completa, la de Diego, Agustina y sus pequeños Paz (11), Simón (8) y Ciro (4), acompaña desde su camioneta cargando las provisiones. Y se une este cronista, también voluntario.

En la Zona 7 hay dos “fueguitos” que irradian una luz muy especial: Jorge y Joaquín. Jorge (65) cuenta que es su primera recorrida y que vino a devolver un poco de todo lo que recibió: “Hasta hace dos meses vivía en la plaza de Agüero y Charcas, pero la Fundación me consiguió trabajo como bachero en un restaurante y me tramitó la jubilación”. El hombre de canas y voz mansa vive ahora en un hotel de Constitución y tiene contacto con su hija de 10 años.

También está Joaquín (34). El no quiere dejar entrada de edificio ni recoveco sin revisar en busca de alguien a quien ayudar. También es su primera recorrida. Y un enorme paso para poder salir de su calvario. Está en tratamiento por su adicción a las drogas y al alcohol. Es el décimo que hace. De chico fue abusado. Su madre hizo justicia por mano propia y fue a la cárcel. Antes, le dejó una especie de mandato que él jamás olvidaría: “Vos vas a vivir en la calle”. Estuvo preso y ahora está en un centro de rehabilitación. Sus ganas, no obstante, desmienten su pasado. “Es generoso, atento. Disfruta siendo él quien comparta las cosas con la gente de la calle”, aporta una voluntaria que es su soporte.

Los voluntarios no son superhéroes. Son personas comunes, quizás con inquietudes diferentes, pero con los problemas de todos. Como Luis, que pierde sus anteojos, o Agustina y Diego, que piden disculpas por tener que irse, ya que su hija mayor vuela de fiebre.

“¡Che, ya son las 12!”. El grito de Cintia, desde la otra esquina, percata al grupo. La medianoche sorprende en Santa Fe y Uriburu. Hay besos y abrazos colmados de afecto genuino entre –hasta tres horas antes– perfectos desconocidos.

Y hay saludos para una señora que pasa y queda como rehén de la efusividad. Algunos mandan mensajes desde sus celulares.

En plaza Houssay, la Zona 7 descubre a dos de las personas más simpáticas asistidas durante la noche. Ana y Marcos interrumpen el sueño para recibir a los voluntarios. Agradecen y presentan a Cathy, la cachorrita que quedó bajo su cuidado. “Debe ser algo de la Fulop”, dice Ana, que parece tener muchos menos de los 81 años que acredita.

De regreso al punto de partida, se palpa el éxtasis de una Nochebuena diferente.

En los últimos días pasaron a colaborar 4.500 personas. Ahora, en la enorme “casa” de la fundación, hay satisfacción.

Aparece una guitarra y se arma la ronda. Piden un tema, después otro, y otro. El intérprete improvisa a la perfección. Cualquiera que no entendiera diría que ahí en el medio sólo falta el fuego.


Fuente: Clarin

Link: http://www.clarin.com/ciudades/Ayudar-gente-calle-fenomeno-Navidad_0_1054694585.html

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